Moral, ética, convicciones, responsabilidades, mesura. Son conceptos con los que diariamente convive quien ostenta el poder. Quienes fueron elegidos para ejercerlo en nombre de una mayoría de ciudadanos debe –necesariamente- encontrar la dosis adecuada de cada uno de esos componentes. Toda decisión que pretenda sostenerse en el tiempo debe, indefectiblemente, combinar una cuota justa de todos esos ingredientes para que las iniciativas gubernamentales no se pierdan en caóticos naufragios.
La pretendida diversificación productiva sostenida de la mano del desarrollo de la zonificación minera, es el claro ejemplo en Chubut de la descompensación de ese equilibrio al que debe propender todo político bien nacido.
El inexistente debate sobre el futuro productivo de la provincia solo dejó lugar para que cualquier otra actividad que no sean las ya conocidas, tengan, adquieran, una posición contraria solo por pensar que oponerse es moralmente correcto. Quienes genuinamente sostienen el “NO a la MINA” lo hacen desde la sana convicción de que hacen el bien y critican, fustigan a quienes se identifican con la zonificación como artífices del mal. Este es el problema de “moralizar la política” como principal criterio de medición entre lo que debe hacerse y lo que no.
Ocurre que en el arte de gobernar, quienes tienen esa responsabilidad, deben -por obligación- establecer áreas distintas entre la moral y la política. Ésta –la política- ocupa un lugar diferente al de la moral dado que ambos conceptos tienen orígenes divergentes. Pero es importante aclarar que más allá de sus diferencias, ello no indica que la política esté por encima o separada de la moral. La moral como el derecho, por ejemplo, son los diques que contienen a la política dado que sin ellos, el arte de gobernar encarna el ejercicio del poder en manos de quienes lo detentan y con el peligro de ejercerlo en perjuicio de quienes carecen de él.
La ley de zonificación minera establecía justamente eso, una forma definida de producción claramente delimitada y controlada por todo aquel que estuviera en condiciones profesionales y técnicas de hacerlo. Con la fijación de límites y penalidades para quienes no cumplieran con sus imperativos. Obviamente, como todo instrumento legal, perfectible. Solo basta tener el antecedente de la Ley Federal de Hidrocarburos cuya sanción data del mes de Junio de 1967 y que desde hace 54 años regla todo lo atinente a producción de hidrocarburos en todo el país. Y aún sobrevive, con varias modificaciones, pero sigue siendo el instrumento legal que posibilitó las extensiones de concesiones de áreas hidrocarburíferas que son –en definida- las que permiten que Chubut siga contando con los ingresos por regalías, entre otros resultados.
El “No a la MINA” es una oposición justificada en que “la pregono porque es moralmente correcto”. Y genera la convicción de que sea cual fuere el argumento que intente llevar a la práctica la minería o cualquier otra actividad extractiva, es combatido sin, siquiera, escuchar sus argumentos. Es éticamente repudiado. Este tipo de conductas asentadas en una mirada básicamente moral y que sustenta convicciones totalizantes es un limitante que conspira contra la convivencia democrática. ¿Por qué? Porque toda sociedad está constituida por colectivos absolutamente heterogéneos, distintos, que también expresan miradas diversas.
Sostuvo Max Weber: «Cuando las consecuencias de una acción realizada conforme a una ética de la convicción son malas, el que la va a ejecutar no se siente responsable de ellas, sino que responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres, o a la voluntad de Dios que los hizo así. Quien actúa conforme a una ética de la responsabilidad, al contrario, tiene presente todos los defectos del hombre medio.
(…) Quien opera conforme a la ética de la convicción no soporta la irracionalidad ética del mundo. Es un racionalista cósmico-ético»
Así, el problema es cuando esta visión es portada, llevada y ejecutada por quienes tienen la obligación de gobernar. Porque la “moral” y las “convicciones” son valores constitutivos de quienes deben tomar decisiones pero no son suficientes. Debe completar el imaginario del gobernante la “responsabilidad”, “la mesura”, “la templanza” de hacer lo que corresponde. Es decir, el adoptar un criterio último para decidir, se fundamenta en la consecuencia de la acción. “Lo decido porque la consecuencia es útil para la sociedad”
Quien gobierna con “convicción” y sin “responsabilidad” es como una mesa con una pata menos. Y, viceversa, decidir con “responsabilidad” y sin “convicciones” nos lleva la mismo ejemplo. El mismo Weber concluye que ambas conductas, sendas éticas, deben complementarse, combinarse para alcanzar una decisión correcta.
Es justamente esta combinación la que se ausentó del proceso de toma de decisiones en torno a la zonificación minera. Políticos sin convicciones que primero izaron la bandera de la responsabilidad y luego, por temor o especulación partidaria electoralista, terminaron rechazando el mismo proyecto que ellos mismos presentaron. Es el claro ejemplo que materializaron los hermanos Ricardo y Gustavo Sastre, Vice Gobernador e Intendente de Puerto Madryn respectivamente. Originariamente formaron parte de los propusieron y elaboraron junto al Gobernador, Mariano Arcioni, y el Intendente de Comodoro Rivadavia, Juan Pablo Luque, la estrategia para tratar legislativamente la zonificación.
O el caso del Intendente de Trelew, Adrián Maderna, quien se muestra más ocupado en la obtención de más planes sociales para el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) que en volver a poner en valor a una ciudad como Trelew como polo de desarrollo productivo del noreste provincial.
Finalmente, son éstas conductas, estos comportamientos, quienes cristalizan contradicciones tan flagrantes como los delitos que se siguen practicando impunemente en la capital provincial o en la misma Trelew. La semana pasada fueron los edificios públicos ubicados en Rawson, anoche fueron las instalaciones del Diario El Chubut, quien sufrió la intolerancia de los que sembrando terror, consiguieron su propósito: atemorizar a una clase dirigente que lamentablemente sigue naufragando sin encontrar la correcta combinación entre convicciones y responsabilidad.
Sin lugar a dudas éstas son virtudes que, al exponerlas, trazan o ponen en evidencia también los defectos cuando no están presentes. La vanidad es el peor de esos defectos. Su traducción política es la demagogia. Y no fueron pocos los casos que evidenciaron carencias de convicciones y responsabilidad, ergo demagogos y vanidosos. Diputados provinciales cuyas conductas mostraron más preocupación por la imagen que causaron sus acciones que las consecuencias de las mismas. Legisladores que dejaron de estar al servicio de la provincia para pasar a convertirse en profesionales del poder sin convicciones y casi sin responsabilidades. En síntesis: políticos del poder detrás de cuyas formas ostentosas se detecta la perfecta vacuidad de quien carece de fines y proyectos más grandes que su propia carrera.
Por Sergio Cavicchioli